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Ningún sabio quiso nunca ser más joven.
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La Alquimia de las Relaciones

Muchos manejamos nuestras relaciones en la misma forma en que jugamos al póquer. Hacemos todo lo posible para llevar ventaja. Si eso falla, simulamos. Hacemos creer que tenemos cartas que no tenemos. Engañamos. Mentimos.

Y en tanto éste es el modelo para muchas relaciones en nuestra época postmoderna, no lo es para la Relación Sagrada según se describe en el Manuscrito.

Permítanme poner esto en claro. Las Relaciones Sagradas no son para cualquiera. De hecho, sospecho que hay muchas menos personas capaces o siquiera dispuestas a intentarlo, que personas que prefieren jugar juegos de naipes emocionales.

 

Este tipo de relación exige máxima honestidad de ambos, uno y su compañero. En vez de esconder las cartas, las ponemos en la mesa todas boca arriba. Todas nuestras esperanzas, todos nuestros miedos, todos nuestros pensamientos celosos o mezquinos, todas nuestras maquinaciones: todo se expone a la clara luz de la consciencia para que nuestro compañero lo vea. Y él o ella debe hacer lo mismo. No va a funcionar si dejamos la puerta de atrás sin llave para escapar mentalmente. No va a funcionar si ambos no son impecablemente honestos uno con el otro.

 

Y la razón para este tipo radical de honestidad es que, sin ella, la Alquimia de las Relaciones no puede suceder. Ahora bien, este término puede ser nuevo para muchos, aun para los que estudian la alquimia interna, ya que la dinámica de las relaciones íntimas rara vez se menciona en las cuatro corrientes principales de la alquimia (Egipcia, Taoísta, Tántrica de Yoga y Tántrica Budista).

De modo que estaría bien definir aquí lo que quiero decir, para poner alguna base a esto. Como todas las clases de alquimia, este tipo de trabajo intenta cambiar una forma por otra. La forma, en este caso, es la dinámica que media entre dos personas, a la que se han habituado. Después de un tiempo, la gente tiende a caer en la rutina. La vivacidad que existía al principio de la relación se diluye. Ambos se vuelven más o menos inconscientes. La dura realidad es que lleva una vigilancia y esfuerzo continuos para conservar viva y consciente una relación.

Muchas relaciones se van cayendo porque ninguno de los dos tiene ganas o capacidad para hacer el esfuerzo que requiere sostenerlas. En vez de experimentar la novedad de cada momento dentro de la relación, con el tiempo se va colando una especie de pesadez; lo que solía ser excitante se vuelve aburrido. Y lo peor es que se instala una especie de letargo psicológico y emocional, y ambos sucumben a los efectos adormecedores de la inconsciencia.

Este tipo de inconsciencia es un amenaza mortal para el insight y la consciencia psicológica y, aunque rara vez se lo menciona, tiene un efecto negativo sobre la vida espiritual también.

Así que la forma que debe cambiarse dentro de una relación es literalmente la forma de las interacciones que habitualmente tienen lugar entre las dos personas.

Como en todas las clases de alquimia, debe haber un recipiente en que tengan lugar las reacciones. Y en este caso, es el recipiente de la seguridad y el aprecio que lo aporta el reservorio para la transformación.

Si faltan la seguridad o el aprecio, este tipo de alquimia no puede funcionar. Y si has decidido que quieres intentar este tipo de alquimia en tu relación, te sugiero que primero hagas un análisis. Evalúa honestamente si sientes que hay seguridad y aprecio en tu relación. Si no lo sientes, desperdiciarás tu tiempo tratando de emprender este tipo de alquimia con tu compañero actual. Sugiero que enfoques tus esfuerzos, más bien, en los esfuerzos solitarios mencionados en el Manuscrito. Si de todos modos quieres intentarlo, trata de hablar con tu compañero sobre estos sentimientos de peligro y falta de aprecio que tienes. Sólo si se resuelven, cuando así sea podrás considerar intentar este tipo de alquimia.

De modo que ahora tenemos dos de los tres elementos necesarios para la alquimia: algo a transformar (los patrones habituales de interacción) y el recipiente (la red de seguridad, por así decirlo, de la relación misma) Se necesita un tercer elemento y ése es, por supuesto, la energía para provocar la reacción. Generalmente hay abundante energía en las relaciones, bajo la forma de patrones neuróticos, esperanzas, miedos y deseos. Hablaremos de ellos en seguida, pero primero quiero hablar del acero.

Nuestro yo psicológico se parece mucho a una espada hecha de una aleación de acero. Se ha forjado en la ardiente fundición de nuestra infancia, en las presiones formativas de nuestras experiencias más tempranas. Este período temprano de la vida liga los elementos de nuestras psiquis. Y como el acero, esto se hace bajo inmenso calor y presión. Algunos de nosotros sufrimos el abuso de padres despóticos o directamente hostiles cuando no destructivos. Algunos fuimos dejados a nuestra suerte sin apoyo ni guía de ninguna clase. Y todos los tipos de relaciones de los niños con sus padres caen entre estos dos extremos. Las posibilidades de presiones sobre la infancia son prácticamente innumerables, y también las aleaciones psicológicas que resultan de esta clase de experiencias.

Mucho se habla del niño interior en muchos grupos de crecimiento personal, y en tanto es ciertamente valioso tomar contacto con el yo más joven, no siempre es agradable. Un mito de nuestra cultura dice que la infancia es época de inocencia, un período en que todo está bien en el mundo. Para algunos niños puede ser; para muchos definitivamente no lo es.

Recuerdo estar en la casa de un colega terapeuta durante una fiesta hace unos pocos años. La mayoría de los adultos éramos terapeutas, psicólogos o psiquiatras. Yo me había acomodado en un enorme sofá, tomando mi Pepsi, cuando noté una situación interesante. Uno de los terapeutas había traído a su hijo y al mejor amigo de su hijo a la fiesta. Era evidente que los dos chicos eran amigos. Estaban jugando algún juego de naipes y respetando cada uno el turno de la jugada del otro. No intentaban trampear, parecían estar en una burbuja de camaradería.

Entonces llegó el padre del chico y les preguntó si necesitaban algo. Los dos lo miraron con caritas de angelitos y sonrieron. No, dijeron, con las vocecitas infantiles más encantadoras. El papá palmeó la espalda de su hijo, y al salir, como al descuido hizo lo mismo con el amigo de su hijo. Por un momento, su hijo miró el incidente horrorizado. Se notaba que no podía creer lo que veía. Entonces, cuando su padre se había ido a otra habitación, el chico apuntó y ¡le pegó a su mejor amigo en la cara!

Esto no era inocencia infantil. Esto era ira infantil. No estaba dispuesto a compartir el afecto de su padre, ni siquiera con su mejor amigo. Esta clase de celos es típica de los mamíferos superiores, y nosotros aún somos mamíferos a pesar de todas nuestras ilusiones santurronas y autocomplacientes. No importa cuán elevados espiritualmente estemos, mientras vivamos compartiremos rasgos con nuestros hermanos y hermanas mamíferos.

La vida interior de un niño es a menudo muy diferente de lo que imaginan los que lo rodean. La vida psicológica de un niño, rodeado de peligros y oportunidades, está conformada directamente por cómo elige manejarlos. Ya sea algo tan amenazador para su vida como un padre desquiciado o un abusador, o aparentemente inofensivo, como elegir con quién ir al baile de egresados, en cierta forma no importa. En tanto el impacto de pelear por su vida muy bien puede marcar la conducta de un niño hasta avanzada la adultez, las pequeñas decisiones de la vida, como con quién socializar o no, también tienen importancia. Todas estas decisiones menores crean calor y presión psicológica interna. Las aleaciones de la personalidad se funden o se queman. La espada ya ha sido templada para cuando se alcanza la adultez, y la aleación de nuestras personalidades ya está fijada.

Algunos salimos de esta fundición de la infancia con filos duros como la roca; otros somos romos. Algunos sostenemos nuestros filos, otros parece que nunca podemos sostener nada.

La cuestión con el acero es que tiende a permanecer en su forma original una vez que sale de la fundición. Y una de las pocas cosas que alguna vez puede re-configurar esa aleación es que el acero se vuelva a calentar como cuando tomó forma por primera vez.

En el trabajo alquímico de la Relación Sagrada, voluntariamente nos ponemos de vuelta en la fundición. El calor que se levanta entre dos personas cuando sus neurosis se frotan una contra otra puede llegar a ser bastante intenso. Si ambos pueden encontrar el coraje de ser radicalmente honestos consigo mismos y con el otro en estos momentos que queman, las aleaciones psicológicas se pueden cambiar. La relación recibe un nuevo hálito de vida impulsado por la energía de la verdad psicológica.

La cuestión es que la mayoría de nosotros hace cualquier cosa para evitar el calor psicológico. Cuando nos sentimos incómodos, muchos salimos huyendo. Para algunos, significa literalmente hacer las valijas y salir de la ciudad, o al menos fuera de la vista. Para algunos significa estar físicamente presente, pero ya no presente emocionalmente. Nos entumecemos. Nos volvemos autómatas. Nos movemos y hablamos casi en forma normal, pero nos hemos alejado mucho hacia adentro. Otros nos atontamos con alcohol o drogas. Y algunos lo hacemos con televisión. Los humanos somos muy hábiles y creativos, después de todo. Podemos encontrar toda clase de formas de evitar enfrentarnos con nosotros mismos. De hecho son demasiado numerosas para que les dé una lista. Pero sospecho que tienen idea. Creo que la verdadera pregunta es ésta: ¿qué haces cuando las cosas se ponen demasiado calientes psicológicamente para tu gusto? ¿Qué haces cuando estás al borde de sentir algo que no quieres sentir?

Para quienes están en un Relación Sagrada esos sentimientos son un llamado a estar presentes. Es hora de ser radicalmente honestos, y que ambos expresen sus verdaderos sentimientos, no importa cuánta vergüenza o temor les cause. Diciéndose sus verdades, entra un elemento revitalizador en la dinámica. La honestidad psicológica resulta en comprensión psicológica. Y con la comprensión viene la esperanza de conciencia, y con la conciencia puede haber cambios.

Este capítulo dista de ser un manual de Alquimia para las Relaciones. Más que nada, creo, es una advertencia. Magdalena aludió a esto en el Manuscrito. Lo llamó oscurecimientos hacia la huída. ¿No les suena maravillosamente exótico? Bueno, pues no es muy exótico cuando el oscurecimiento uno lo tiene cara a cara. Y no es un sentimiento exótico cuando la fundición de la relación se calienta de modo que uno siente que se disuelve (psicológicamente, por supuesto). Toma coraje y fortaleza quedarse en la fundición cuando el calor empieza a debilitar la estabilidad de lo que uno percibe como su propia imagen. A muy pocos nos hace gracia pasar por tontos, que nos vean asustados, mezquinos o celosos. Y vamos a hacer elaborados esfuerzos para esconder esos sentimientos ante otros y ante nosotros mismos.

Pero en una Relación Sagrada esas cosas invariablemente salen a la superficie como el barro que se levanta al revolver el fondo de un barril. La cosa es darse cuenta de que esto no significa que estás haciendo las cosas mal (en la Relación Sagrada); significa que tal vez las estás haciendo bien. Como dijo Magdalena en el Manuscrito, el poder de la alquimia hace salir, empuja hacia afuera, la escoria. Esto puede ser fascinante cuando la escoria sale de tu compañero pero es verdaderamente horrible cuando es tu propia escoria la que se está volcando afuera.

Lo que hace sagrada a una Relación Sagrada es que es de veras una manera sagrada de ser. La raíz de la palabra sagrada (holy en inglés) en realidad significa volverse completo (whole). Así que… cuando hacemos algo que crea esta completud o integridad (en este caso psicológica) nos involucramos en un acto sagrado.

En el crisol de la seguridad, honestidad y agradecimiento mutuo, es posible forjar un nuevo yo. Este nuevo yo es psicológicamente más honesto, más consciente y más libre que su contraparte antes de entrar en la fundición de la relación. Y como el fénix que se levanta de sus propias cenizas, este yo tiene alas. Puede volar a lugares que antes sólo podía imaginar.

Hay aquí misterios y tesoros que esperan a quienes tienen el coraje de entrar en las profundidades de sí mismos y sus compañeros. No es para todos, como ya dije. Probablemente sabrás si eres candidato posible, porque lo sentirás en tu alma, en tu corazón.

Si te inicias en este camino, has de saber que no hay manual de instrucciones. Allí afuera hay muy poca guía. El sendero a la espiritualidad ha sido tradicionalmente solitario. Y en tanto los tiempos en soledad puedan ser necesarios para aquellos en Relaciones Sagradas, algo ha cambiado. Ellos consienten en transitar juntos el camino hacia la divinidad, lado a lado, a través de cielo e infierno, a través de brillantes cumbres donde todo se ve claro como cristal, y a través del oscuro valle de la muerte psicológica donde es difícil ver los propios pies uno delante del otro. Sin embargo, a través de la oscuridad del no saber, empieza a surgir una profunda fuerza primordial. Requiere un tipo inusual de sagrada trinidad – tres cosas para que cumpla con su muy sagrada tarea: seguridad mutua, honestidad