Las
lágrimas siempre son privadas porque las causan cosas que no podemos exponer en
el escenario, un escenario que juzga siempre en otro punto de vista que no es el
nuestro.
Entonces las callamos hasta que forman una inmensa mole que no
podemos obviar.
A cada uno sólo le importan las suyas.
Confieso que he
errado en el ser, en el estar y en el parecer. Confieso que he dado más de lo
que podía y ese excedente me ha desbordado hasta casi no saber quién soy.
Y
confieso, también, que he desgastado el hierro del clavo al que me agarraba
hasta que ha desaparecido.
No puedo borrar de un plumazo tanto amor, tanto
miedo, tanta angustia, tanta cosa sola y olvidada en el muelle donde está el
barco que no ha de partir.
No puedo dejar de ser como soy pero he de ser en
alguna parte.
Y lo único que no puedo permitirme es ser testigo de una
tragedia ya vivida, de una historia que se está empecinando en repetirse.
No
puedo mirar atrás, ni para lo bueno ni para lo malo.
(Tomado de la web)
A veces el silencio es el grito más fuerte que
existe...